En un mundo obsesionado con la apariencia y la riqueza, el Islam
nos recuerda que el valor de una persona no se mide por su
aspecto o posesiones, sino por su carácter y sus acciones. No hay
distinción entre ricos y pobres, fuertes y débiles; la verdadera
medida de una persona está en la bondad que brinda y en la
sinceridad que alberga en su corazón.
