En el Islam, la adoración se dirige exclusivamente a Allah, sin asociados ni compañeros. Los musulmanes sienten un amor inmenso por el Profeta Muhammad (la paz sea con él), siguen sus enseñanzas e invocan su nombre en sus oraciones, pero nunca lo adoran. Él fue un ser humano, un mensajero enviado por Allah, encargado únicamente de transmitir Su mensaje, no de poseer divinidad.